
La pandemia producida por el virus del COVID 19 trajo cambios importantes para muchas instituciones educativas en el país. La enseñanza presencial se convirtió, de manera repentina e inesperada, en aprendizaje a distancia. Las instituciones educativas han debido cerrar sus puertas físicamente, y en la mayor parte de los casos y en todos los niveles educativos, han trasladado su labor a los entornos digitales con clases en línea ofrecidas de manera remota (donde los docentes y estudiantes no comparten un espacio físico), brindadas a través de diversos servicios y plataformas disponibles en Internet. En la educación, los modelos de educación a distancia no son algo innovador al comienzo de la pandemia, sin embargo, para quienes estaban acostumbrados a trabajar en entornos de enseñanza presencial, ha significado un gran reto trasladar sus cursos exclusivamente al modelo de enseñanza remota en entornos digitales.
Colombia empezó un confinamiento nacional preventivo en marzo del 2020. Desde entonces, de acuerdo con los datos del Ministerio de Educación Nacional, MEN, se cerraron 53.717 sedes educativas; 82% (43.853) del sector oficial y 18% (9.866) del sector privado.
El sistema educativo se trasladó a la casa desde el principio de la pandemia con pequeñas excepciones en octubre y noviembre de 2020, cuando se abrieron cerca de 240 colegios privados en Bogotá.
En 2021, las secretarías de educación han lanzado iniciativas para que las instituciones oficiales y privadas regresen paulatinamente a la presencialidad. En abril de 2021, apenas el 11,6% de los estudiantes está asistiendo a clases presenciales bajo el modelo de alternancia. Esto quiere decir que los estudiantes asisten al colegio uno o dos días a la semana en el mejor de los casos. A veces, asisten algunas semanas y, en algunos casos, apenas una o dos veces al mes. La tragedia consiste en que ni el gobierno ni la sociedad hayan llevado a cabo ninguna acción de fondo para que los estudiantes tengan clases presenciales, lo cual llevo a que se presentasen en este cambio tan repentino situaciones como:
1) El poco tiempo para realizar el cambio al formato a distancia, con el uso generalizado de los entornos y las herramientas digitales.
2) La inseguridad acerca de cuándo terminará la situación «extraordinaria» y se volverá a orientar clases en entornos presenciales. A pesar de las dificultades que surgieron para adecuarse a las clases virtuales, considero que la incertidumbre sobre el modelo de educación (presenciales o a distancia) es un problema de preocupación y que no se ha tenido lo suficientemente en cuenta. En este caso específico, la incertidumbre viene determinada por la pandemia: la manera en que se ha propagado y el éxito que se ha tenido, o no, en combatirla. En estos momentos, la carrera por generar una vacuna 100% efectiva, tiene a los científicos trabajando a marchas forzadas y a la población en general a que lleguemos a una “normalidad” como si no hubiese ocurrido tal tragedia mundial.
Desde que se establecieron las políticas de encierro, docentes y estudiantes que trabajaban en el sistema presencial tuvieron que conocer y acostumbrarse a funcionar a distancia. Esto supuso un reto importante, tanto para docentes como para estudiantes. En muchas instituciones se generaron cursos y sistemas de capacitación para los profesores con el objetivo de enfrentar esta situación extraordinaria y fue obligatorio actualizarse en las tecnologías digitales más afines a la enseñanza remota, al mismo tiempo que el fenómeno de la pandemia modificaba todas las áreas de la vida cotidiana de las personas y las obligaba a tomar medidas sanitarias para evitar la propagación del virus. Se exigió a los profesores y a los estudiantes a que terminaran el ciclo escolar, iniciado de manera presencial, en un «modelo remoto de emergencia» (cfr. Hodges et all., 2020) en el que, además, se buscaba no perder la calidad de la educación y del intercambio intelectual entre alumnos y docentes. Esto no se logró de manera exitosa en todos los casos y hubo muchas variaciones en la manera en la que cada profesor y cada estudiante vivió esta experiencia.
Esto provocó problemas de diversa índole: quienes trabajan en modelos en línea o a distancia suelen tener paradigmas en los que se considera que la carga de la educación está en el alumno, quien es muy independiente y se vuelve responsable de su aprendizaje de una manera que, por lo menos, no suele presentarse en entornos presenciales. Es muy común tener la idea de que, en estos modelos, el estudiante es prácticamente autodidacta y que la labor del docente o asesor es principalmente de acompañamiento/ orientación y evaluación del aprendizaje obtenido (cfr. Goodyear, Salmon, Spector, Steeples y Tickner, 2001). En consecuencia, también la duración y cantidad de clases o asesorías remotas es muy diferente a la que suele darse en los entornos presenciales; generalmente existen menos sesiones «síncronas», en donde se encuentren al mismo tiempo estudiantes y docentes y realicen un intercambio comunicativo directo; y surgen más actividades «asíncronas», que el estudiante puede revisar o llevar a cabo en el momento en que a él le convenga.
En el caso de los entornos de clases presenciales que se transformaron en clases remotas debido a la pandemia, la manera de entender la relación profesor-estudiante y de asignar los tiempos a las distintas actividades no suele estar bien especificada. Es decir, se asume que la relación digital entre profesor y estudiante es prácticamente igual a la relación presencial, o que las diferencias no son significativas; y en muchos casos se asigna el mismo número de clases y de duración en la modalidad remota a las que se tenía en el modelo presencial. Este esquema favorece la hipotética situación de que se volverá a las clases presenciales en cualquier momento, pero no es claro que sea la mejor estrategia para favorecer el aprendizaje y la enseñanza en el caso de que las clases deban desarrollarse de manera remota. Algunas instituciones han dado flexibilidad para que los profesores realicen sus clases con diferentes metodologías, y con cantidades distintas de actividades síncronas y asíncronas; pero esto no sucede siempre y, además, los profesores pueden no tener clara la diferencia y las problemáticas de los procesos de atención y concentración en los entornos digitales versus los mismos procesos en entornos presenciales, por lo cual podría resultar mermada la calidad de los cursos al no diferenciar cuáles son los cambios significativos a realizar para orientar clases de manera remota en entornos digitales.
La pandemia cobró muy duro al país por contar con una educación barata, pues el estado invierte menos de 4 millones de pesos anuales por estudiante. En vista en lo acontecido en el país, y en la medida que en nuestro país hay muchos docentes muy proactivos que nos sobreponemos ante cualquier obstáculo en nuestro ejercicio de enseñanza, algunas observaciones que se puede apreciar son las siguientes: Es urgente regresar a la presencialidad, pues más de 8 millones de niñas, niños y adolescentes no volvieron a los colegios desde marzo del 2020. Más de un millón de niñas y niños de preescolar no conocen sus colegios y no han interactuado con sus docentes o compañeros. La educación es un derecho de cumplimiento obligatorio para el gobierno nacional. Sin embargo, vamos para récord mundial de cierre de colegios durante la pandemia.
El gobierno ha destinado apenas 90.000 millones de pesos para elementos de bioseguridad que permitan las clases presenciales, lo cual implica un promedio de 2 millones por sede. FECODE pidió 600.000 millones para esto, y además el gobierno de Colombia no les dio prioridad a los docentes para vacunarlos, como lo hicieron muchos otros países. Tampoco atendió la solicitud del magisterio de declarar enfermedad profesional las posibles incapacidades por efecto de la COVID-19.
Aunque la mayoría de las exigencias de FECODE para regresar a clases puedan ser justificables, el magisterio también debe recordar su obligación de ayudar a garantizar los derechos prevalentes de los niños. No se pueden exigir reformas o soluciones estructurales para resolver en el corto plazo; el magisterio debe ser consciente que a quien mayor daño causa el cierre es a las niñas y niños más pobres.
Por último, es importante reconocer que la mayoría del sistema educativo ha funcionado a pesar de las trabas, gracias en parte a los docentes que han ido más allá de lo imaginado con actividades pedagógicas, creativas y comprometidas con la educación de calidad.
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